En
los últimos años se ha ido incrementando el número de mujeres que prefieren
estar detrás de la cámara en lugar de delante, sin embargo hay muy pocas que se
atrevan a aventurarse en el terreno de la fotografía de conflictos. Es algo
lógico, pues a los múltiples peligros de la profesión, hay que sumarle los
inherentes de la propia condición femenina. Sobre todo si tenemos en cuenta que
la mayoría de tales conflictos suelen desarrollarse en países musulmanes, en los
que el papel de la mujer es secundario porque se les considera y trata como un
sexo débil que necesita de la supervisión, protección y dominio del hombre
sobre ella, y por tanto no les está permitido ejercer la mayoría de los
trabajos comunes en el mundo occidental. Y si hay una persona que sabe muy bien
de lo que estoy hablando es sin duda alguna Andrea Bruce.
Bruce
es una periodista freelance que durante años ha estado trabajando en algunos de
los lugares más peligrosos del planeta. Afganistan e Irak han sido algunas de
sus bases de operaciones, aunque no las únicas. Nacida en los Estados Unidos en
1973, confiesa que cuando decidió ser fotógrafa no pensó ni por un momento que
iba dedicarse a cubrir guerras. Fueron los atentados del 11S, los que la
llevaron a tomar dicha determinación. Al igual que ella, muchos fotógrafos de
su generación tomaron el mismo camino por idéntico motivo. Y al igual que a ella, a esos compañeros les
ha costado una parte de su vida, a algunos la vida entera.
Andrea
Bruce comenzó su andadura periodística en Irak, en el año 2003, trabajando para
el Washington Post. Durante un año,
mientras fotografiaba los bombardeos y destrozos de la guerra entrevistó al
menos a treinta prostitutas, hasta que finalmente encontró una que estuvo
dispuesta a ayudarla y a permitir que fotografiara su vida y su entorno. Lo que
pretendía Andrea era mostrar la cara humana del proceso de deterioro que sufren
los pueblos cuando se hayan ante un conflicto de este tipo y como en general es
la población civil y sobre todo los niños y las mujeres quienes padecen la peor
parte de las tragedias que allí ocurren. “Halla”,
se convirtió en su mejor amiga allí, y ambas intentaron enseñarle al resto del
mundo la dureza de la vida de las prostitutas, mujeres que en muchos casos al
haber perdido a sus esposos por causa de la guerra y sin otros medios de vida
se ven obligadas a ejercer ese oficio para poder alimentar a sus hijos.
Este
reportaje y algunos otros realizados a lo largo de los ocho años que formó
parte de la plantilla de reporteros del diario The Washington Post, en donde escribía una columna semanal llamada
"Unseen Irak",
le han servido para que fuera nombrada Fotógrafo del Año
en cuatro ocasiones por la Asociación de Fotógrafos de Noticias de la Casa Blanca, y también para ganar el
prestigioso premio John Faber por mejor
reportaje fotográfico del
extranjero desde el Overseas
Press Club. Sin embargo ella ha declarado que en muchas ocasiones siente que ha
fracasado, ya que no cree que ninguna de
las fotografías que ha realizado sirva para describir fielmente lo que ocurre
en esos lugares y tampoco para concienciar a la gente de que no debería
ocurrir.
El hecho de que además haya tratado de
mostrar la crudeza de la guerra tanto para los habitantes del país en conflicto
como para los militares americanos o de otros países que han intervenido en
ella, le ha costado a veces críticas por ambos lados. Se le ha acusado de
realizar fotos únicamente para vender periódicos y su trabajo no siempre es
fácil de entender. Su propia madre le comentó en una ocasión: “Sé que esto está sucediendo, pero para ser honesta, no
quiero verlo.” Sin embargo y a pesar de todo ella aún cree que lo que hace es
importante y por ello no ha dudado en arriesgar su vida en más de una ocasión.
Ha sido amenazada, abofeteada y asediada. Incluso en una ocasión estuvo a punto
de ser linchada por una multitud, cuando tras el estallido de un coche bomba su
compañero y ella empezaron a tomar fotografías de la terrible escena que allí
se desarrollaba. Antes de que pudiera darse cuenta un hombre la levantó del
suelo y le clavo contra la pared y acto seguido más de cincuenta personas se
arremolinaron alrededor de ella gritando e increpándola con piedras en la mano.
Afortunadamente el reportero que la acompañaba hablaba árabe y empezó a gritar:
“Ella es mi esposa, ella es mi esposa. Tienen que respetarla.” Poco a poco la multitud
se fue calmando y tras mucho hablar les dejaron marcharse. Posiblemente ese
haya sido el peor momento de su vida.
La
vida de un reportero de guerra conlleva un desgaste y un alto coste personal,
muchos acaban divorciándose. A Andrea le ocurrió un año después de empezar su
labor en Irak. También siente que ha cambiado tanto que le resulta difícil
estar en su país, no porque no le guste, sino porque de algún modo siente que
no encaja, que su vida es otra. Así que reparte su tiempo entre Estados Unidos
y Afganistán, en donde reside habitualmente. Actualmente trabaja para la
Agencia Noor.
http://www.andreabruce.com/
Magnificas tomas
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