MUSEO LÁZARO
GALDIANO
SALA PARDO
BAZÁN
C/ Serrano,
122 MADRID
Del 26 de
Mayo al 27 de Agosto de 2017
Colección Eduardo Arroyo
Recuerdo que cuando yo era niña coleccionaba cromos, postales, cajas
de cerillas de esas que parecían un librito, y tebeos, muchos tebeos. De alguna
manera la imagen y la palabra siempre han sido importantes en mi vida y ése,
salvando las distancias, parece ser el
caso de Eduardo Arroyo. Este polifacético artista, que es además un gran
conversador, declara que,
aunque no es un coleccionista
compulsivo, colecciona libros, posee una gran biblioteca que incluye
unos cuatro mil tomos sobre el tema del boxeo, obras de arte de sus colegas y piezas que le
interesan por su trabajo o por el placer de salvarlas del anonimato y
añade que, hoy en día, Internet es una
fuente muy importante para adquirirlas, aunque él prefiere la excitación del
descubrimiento en lugares como el Rastro de Madrid, o el Mercado de las Pulgas
de París.
© Paul Nahon - Colección Eduardo Arroyo
Para él, coleccionar es “la acción más noble que se pueda
realizar” y una de sus
pasiones; él “mira
y colecciona”, recuperando imágenes que permanecían olvidadas, que han sido
abandonadas por sus familiares y rescatadas de la basura, que han sufrido, que
cuentan historias y eso es lo más importante, aunque no hayan sido realizadas
por grandes autores, que también los hay entre las imágenes que atesora con
tanto mimo Eduardo Arroyo.
A la pata coja es una selección de casi cien fotografías
procedentes de la colección privada del artista en las que los personajes
retratados aparecen con un pie en el aire. Di Rocco, comisaria de la exposición
y colaborada habitual del pintor, y Arroyo explican que de las imágenes
seleccionadas para esta muestra, que se enmarca dentro del
20 aniversario del
mayor festival de la
imagen de nuestro
país, PHotoESPAÑA, emana una
melancolía que nos lleva a compartir la
mirada de Susan Sontag, quien considera
cada foto como un memento mori. Todas
ellas responden a la relevancia estética que les confiere el artista y por ese
motivo han sido expuestas agrupándolas
sin orden cronológico ni temático,
ya que constituyen un doble homenaje: por un lado “a la fotografía en
equilibrio, a la fotografía con riesgos” y, por otro lado, “a
algunos fotógrafos anónimos, a
unos que tuvieron la suerte de ser reconocidos en vida y a otros
redescubiertos después de su muerte”.
Colección Eduardo Arroyo
Las imágenes que componen la muestra, en su mayoría en blanco y negro,
o sepia, carecen de rótulos en una clara invitación a que el espectador
descubra e interprete sus propias historias, a que deje volar su imaginación
sin las limitaciones que impone un título. Después de todo ¿Quién sabe lo que
encierran esas imágenes pertenecientes a álbumes familiares, o quienes son
muchos de los seres anónimos que en otra época visitaron el estudio de tal o
cual fotógrafo?
Entre la selección de fotografías que pueden verse en el Lázaro
Galdiano, hay algunas realizadas por fotógrafos
profesionales famosos, como Ramón
Masats, Cano, Gyenes o los
Hermanos Mayo, hay también fotógrafos de agencias de prensa o de estudios
fotográficos, pero también las hay hechas por autores desconocidos, no
identificados, anónimos. De esta forma, confiere nobleza a la más humilde
fotografía abandonada con su propio
deterioro.
Jeannine à Pen-Bé, 1937
Colección Eduardo Arroyo
También las escenas representadas, correspondientes a distintas épocas
evocan vidas totalmente diferentes. En
una de las instantáneas, Lena, la
hermana del boxeador King Lewinsky,
susurra un consejo al oído de su hermano en un rincón del ring; él, con un pie
en el suelo y otro sobre el taburete, hace que la escucha pero solo piensa en
el instante en que sonará la campana que da paso al combate. Las
girls de los fotógrafos
Hermanos Mayo están en equilibrio
sobre una pierna, la alpargata de Ramón Masats reposa sobre el lomo de un
chucho, el gigante Jack Earl se retrata en Londres apoyando uno de sus pies en
su auto, Gorka Postigo capta al tenista David Ferrer desafiando a la gravedad
sobre un taburete, una mujer desconocida se empina para dar un beso a un deshollinador
que reposa sobre su bicicleta, …
© Dan Berilloux - Coleccion Eduardo Arroyo
Seguramente los espectadores que visiten la exposición estarán de
acuerdo con las palabras de Arroyo, quien opina que las imágenes "componen un espacio bañado
de melancolía, nostalgia, sorpresa y un poco de autoironía, por donde uno puede
vagar a su antojo, descubriendo el misterio de cada fotografía y recorriendo la
memoria del tiempo".
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